MÉXICO PREHISPÁNICO: ANTECEDENTES DE DISEÑOS EN PERMACULTURA
Por: , elRESUMEN
- Los jardines, parques, zoológicos y huertos para el autoconsumo del México prehispánico servían como centros o núcleos de diversidad biológica. El conjunto de estructuras, palacios, parques, chinampas, calzadas y caminos que conectaban a los jardines formaban en su totalidad poblados y corredores revestidos en área verdes. Los asentamientos humanos estaban entremezclados en un singular patrón de diseño para albergar naturaleza bajo una óptica de uso, propósito y funcionalidad social. El diseño destacaba un sistema capaz de dotar a los ciudadanos de agua, alimentos, aire fresco aromático, suelo fértil, plantas medicinales, recursos energéticos, de construcción y ornato; una verdadera obra de ingeniería a gran escala para lograr la soberanía y seguridad de los pueblos. La fundación del diseño de los espacios prehispánicos claramente representa una holística contemporánea entre las facultades y extensiones del ser humano y aquellos de la Madre Tierra. -
EL MÉXICO PREHISPÁNICO Y SUS JARDINES
“Cuatro ceibas sostienen al cielo,
sagrados son los ahuehuetes de santuarios y manantiales
pues participan del inframundo al arraigarse en lo hondo de la tierra y del cielo,
a donde extienden sus ramas y fronda.
Son vías de acceso entre los niveles del mundo
y medio de comunicación con seres del cielo y el inframundo:
oyen, conocen, sienten y guardan lo que a su alrededor sucede”
(Ramírez, 2002).
México era “un Jardín o xochitla poblado de todos árboles fructíferos y de todas maneras de yerbas, donde hay fuentes y ríos de diversas maneras. Está lleno de aves, animales y peces de todo género…” (Sahagún 1577: Prólogo del Libro XI).
En el México prehispánico el reino vegetal nos muestra dos caras: la cultivada y la silvestre. Los xochitla son espacios contrarios al huerto y el bosque, la milpa y el monte, el jardín y la selva, pero no son ajenos en su conjunto de diseño. Los textos indígenas sobre jardines son escasos en la narrativa contemporánea, a no ser por la descripción de lugares utópicos, idílicos o alucinados. Abundantísimos son, en cambio, los textos antiguos y modernos donde se narra la creación del maíz y plantas comestibles, frutos, plantas medicinales y sagradas. Los rituales y ceremonias, fiestas y prohibiciones para la siembra, la cosecha, la tala o las incursiones en la naturaleza no cultivada son puntuales. En la poesía las flores, una extensión de la representación divina del reino vegetal, son metáfora constante de lo efímero y hermoso, lo sagrado y muy preciado; la poesía misma es palabra florida. Los árboles cósmicos, sostén del mundo, ejes o postes, son también frecuentes en los relatos cosmogónicos.
La “Historia general de las cosas de Nueva España” de fray Bernardino de Sahagún, y conformada por sus informantes o tlacuilos, que no es sino el texto en español del Códice Florentino, es una de las pocas obras que expone la realidad del mundo indígena, particularmente el del altiplano mexicano, y en donde se incluyen fragmentos alusivos al tratamiento recíproco entre Hombre–Naturaleza.
Los jardines del antiguo México, representan a partir del lenguaje de nahuas, la prolongada familiaridad con el manejo y aprovechamiento forestal, la etnobotánica, horticultura y anexos. Las fronteras y propósitos son algunos de los factores que definieron al lugar de las flores (xochitla), algo muy similar con los diseños holísticos en Permacultura. Un jardín amurallado era un xochitepanyo. Los jardines de placer para las clases gobernantes eran designados con el vocablo de xochiteipancalli o palacio de flores, y el humilde jardín del indio se llamó y se llama xochichinancali, sitio de flores o de ramas (Nuttall, 2002).
La comunidad no es, se hace, no en una institución, siquiera una organización sino una forma que adopta los vínculos entre las personas y el medio (Zibechi, 2007). En este sentido conceptual, la relacione Hombre–Naturaleza tendían a una especialización (conciencia) ante la dependencia de cómo debían de actuar los seres humanos en la Tierra.
LA FILOSOFÍA DE LO NATURAL EN LAS ÁREAS VERDES MESOAMERICANAS
En los magníficos jardines del México prehispánico característicos de los monarcas como los de Techochtitlán, Chapultepec, Texcoco, Itztapalapa, Huastepec, Tlaxiaco, se cultivaban, propagaban e introducían todas las especies conocidas por el imperio traídas hasta de lejanas latitudes. Al parecer se interpretan como exclusivos espacios para el placer de los señores y había flores y plantas medicinales que asombraron a los españoles conquistadores y los propios pobladores, entre los cuales se mencionan a Hernán Cortés (en sus Cartas de Relación, 1519 y 1526), Bernal Díaz (La Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, 1568), Cervantes de Salazar (La Crónica de la Conquista de Nueva España, 1564 y 1566), y Fernando Alva lxtlixóchitl (Historia Chichimeca, 1950). Sin embargo, las implicaciones apuntan finalidades distintas.
Con apoyo en testimonios filosóficos nahuas es posible atender a que los xochitla son el desarrollo de ulteriores manifestaciones del saber y la parición de la aceptación entre la filosofía humana y aquella percibida con la naturaleza. Se consideraba a los xochitla como porciones verdes incluidas en el mundo que era una inmensa isla dividida horizontalmente en cuatro grandes cuadrantes o rumbos, más allá de los cuales sólo existen las aguas inmensas. Esos cuatro mundos convergen en el ombligo de la Tierra e implican cada uno enjambres de símbolos, siendo los xochitla una pequeña expresión de este conglomerado terrenal. La cultura de la preservación de las áreas verdes va ligada paralelamente a la filosofía (pensamiento, cosmovisión, mitología, simbolismo y culto) de las diferentes entidades que gobernaban el México prehispánico.
La educación calpulli o de tepochcalli (casas de jóvenes) impartida por los tlamatinime (sabios), buscaba infundir la contemplación como algo importante, la meditación dirigida a buscar el verdadero sentido del hombre y del mundo. De esta estructuración hay evidencia en algunos códices. La estrecha relación con el legado de cada uno de los antepasados de cada deidad se dio a través del huenuehtlahtolli (la antigua palabra), mucho tiempo después se desarrolló una moral rígida que todos debían acatar. Violarla implicaba romper el orden del universo que se manifiesta a través de los días y sus destinos. Esas normas morales, en un nivel más elevado, eran objeto de elucubraciones en los calmecac (escuelas de los sabios), donde se transmitían y enriquecían los conocimientos acerca de la divinidad, el mundo y las realidades humanes (político-sociales). La moral está básicamente vinculada al comportamiento del hombre con la Tierra y a su perfeccionamiento o su propia destrucción. Ésta depende de la actuación de los seres humanos en la Tierra encaminada a vivir en paz con ella, al no estropear nuestro propio rostro y corazón. El anhelo cultural es el valor de la civilización, que da derecho a la autodeterminación sustentada en las normas morales.
En este sentido el pensamiento de Nezahualcóyotl, considerado un tlamatinime del pensamiento del huenuehtlahtolli tolteca, y su largo reinado aparecen en textos como una época de esplendor, en la que florecen las artes y la cultura, edificación de palacios, templos, jardines botánicos y zoológicos (León Portilla, 2009). Es probablemente, que bajo este renacimiento crítico que el diseño de los xochitla involucraba la ubicación de los adornos con propósitos específicos, incluyendo “… fuertes, atarjeas, acequias, estanques, baños y otros laberintos admirables en los cuales tenían plantados diversidad de árboles y flores de todas suertes, peregrinos y traídos de partes remotas…” (Alva Ixtlilxóchitl, 1951, vol. II, pp. 209-212).
Por otra parte, la forma snopel (de pensar) en maya, o tzotzil del maya actual, consiste partir de la ta x-ayan (existencia) hacia el ta snopobel (pensamiento) como un ente que desarrolla conocimientos; un ente que piensa sobre la vida que se desarrolla en el tiempo, y sobre las cosas de osiltak (la naturaleza), manteniéndose en comunicación con ellas y poder enfrentarse al ta k’ustik (mundo). En sentido amplio, el término “naturaleza” se refiere a la función de un nivel ontológico, con la finalidad de que el cuerpo y su entendimiento busquen el tik (nosotros), que significa vivir en comunidad.
Los espacios verdes (ecológicos) promovía la retroalimentación entre del cuerpo con vida para pensar, y la naturaleza de dónde extraer los conocimientos que le dan la categoría de la vida. Esta es la reflexión para entender la vida a partir de la existencia material, pues la naturaleza chak’be sbi (nombra) las cosas del mundo, y abre al hombre su autoconciencia. La naturaleza sin el ente no se podría catalogar, pues solo es posible ser reconocido por el ente para dialogar e interactuar con el mundo. La presencia de la naturaleza es un pensamiento que tiene la categoría de sujeto por extraer su propio ser (Hernández-Díaz, 2009).
El valor y prestigio de los atributos poseídos dentro de los jardines era invaluable, tanto que eran imprescindibles para el desarrollo del arte de la guerra. Significando así, la posibilidad de cura a los caballeros de la corte por sus heridas con medicina tradicional, además de ser un pretexto para provocar rivalidades entre comunidades para poseer naturaleza con propiedades curativas y capacidades cosmogónicas.
La mitología y el simbolismo atribuido a los elementos naturales son una consecuencia de la interpretación basal de la cosmovisión de estos grupos. Además, la flora y fauna que se albergaba en las distintas localidades servían como elementos de inspiración secundaría en pensamiento y lenguaje de la época (e.g., poesía, murales, códices). La existencia y naturaleza de las áreas verdes son el reflejo de la base del poder y conocimiento de los sabios y sacerdotes en cuanto a material digerido por la observación, las matemáticas, la experimentación y conservación de ejemplares selectos para uso y fines definidos (agricultura, astronomía, gastronomía, medicina).
EL DISEÑO: SOBERANÍA Y SEGURIDAD DE LOS PUEBLOS
Los jardines, parques, zoológicos y huertos para el autoconsumo del México prehispánico servían como centros o núcleos de diversidad biológica. El conjunto de estructuras, palacios, parques, chinampas, calzadas y caminos que conectaban a los jardines formaban en su totalidad poblados y corredores revestidos en área verdes. Los asentamientos humanos estaban entremezclados en un singular patrón de diseño para albergar naturaleza bajo una óptica de uso, propósito y funcionalidad social. El diseño destacaba un sistema capaz de dotar a los ciudadanos de agua, alimentos, aire fresco aromático, suelo fértil, plantas medicinales, recursos energéticos, de construcción y ornato; una verdadera obra de ingeniería a gran escala para lograr la soberanía y seguridad de los pueblos. La fundación del diseño de los espacios prehispánicos claramente representa una holística contemporánea entre las facultades y extensiones del ser humano y aquellos de la Madre Tierra.
Por ejemplo, el tlatoani tenía como una de sus principales tareas procurar que hubiera alimento suficiente para toda la población, aun en las épocas de sequía. Cuando escaseaba la cosecha, y aun no llegaban las lluvias, para mitigar el hambre el señor hacía un convite para todos los necesitados del pueblo y los alrededores, que duraba ocho días (ibíd., pp.134-135).
Los productos, bienes y servicios que nacen del ambiente erguido dentro de aquella complejidad natural de los jardines, se extiende hacia los dominios del hombre con el comercio de las mercancías que llegaban a los tianguis desde diversas poblaciones. La variedad del mercado, su extensión y ordenamiento denotan el potencial estructural del jardín como benefactor social. El trabajo ecológico de los antiguos pobladores mexicanos es equiparable con lo que en la actualidad se conoce como “calidad de vida”.
La alimentación y diversidad nutricional estaban sujetas a la población y su expresión de desarrollo cultural el cual estaban socialmente impuestos por el diseño del jardín. Por la diversidad de flora y fauna se desarrolla la antigua gama gastronómica mesoamericana.
Entre los consejos que daba el tlatoani a sus hijos, destacaban los que supieran cultivar los campos y de aquello que -“dispongan de la concerniente los camellones (chinampas), a los canales y desparramen la semilla en los campos de cultivo”-. Así lo habían hecho los dioses, y gracias a ello habían nacido los hombres. (Códice Florentino, Lib. VI, cap. XVII f. 72r). El alimento era lo primordial y la naturaleza lo proveía.
Algunos de los diversos productos transformados de los bienes obtenidos de los jardines para la gastronomía prehispánica eran: tortillas blancas (flores de kieri), ízquitl o maíz tostado, xonecuillo o tamal en forma de rayo, momochtli o palomitas de maíz, huauhtli o bledo o amaranto, huauhtquiltamalli o tamales hechos con hojas de huauhtli, tlacuilolatolli o atole, maíz, chía, algodón, frijol, chiles: tonalchilli o chile de verano, chiltecpin, texyochilli, chile amarillo, huauhzontles, quelites, ciruelas, tzicatanatli u hormigas chicatanas con chile, ranas, renacuajos, flor y pepitas de calabaza, cacahuacuáhuitl o cacao (Theobroma cacao L.), pulque, maguey, jícama, nopal, xonácatl o cebollín, capulín, hongos, miel de maguey de abeja, aves: atotoli o gallinas de agua, totoli (cihuatotoli) o guajolotes, codornices, perros, venados, coyámetl, camarón, michi o Pez, por mencionar algunas.
Otras especies de la flora y fauna heredad de los jardines del México antiguo son: kieri (árbol de viento) o toloache, híkuri o peyote, nogal blanco, ceiba, cochiztzápotl o zapote del sueño (Cuepiapolyandra), teocuáhuitl o cedro (Cedral odorata L.). Además de algunas aves lacustres como: ánades, lancos (según el Códice Florentino, lib. XI, f.61v).
El emblemático escenario arquitectural del México prehispánico sirve como base para la transformación hacia los jardines de la Nueva España, qué aparentan solo en forma y distribución y no en funcionalidad social-natural, siendo así un producto de conceptos medievales, renacentistas hacia el recreo, placer y ejercicio del estudio de la flora y la fauna. Algo que rompe con la tendencia de los antiguos pobladores mesoamericanos en colocar lo ecológico como la realidad central a partir de la cual se organizan las demás actividades humanas, principalmente la económica, de tal manera que se preserve el capital natural y se atiendan las necesidades de toda la comunidad de vida, presente y futura (véase en la Era del Ecozoico de Leonardo Boff, 2011).
Los pobladores del México prehispánico denotan por medio de sus elaboradas áreas verdes implicaciones lógicas en la ejecución del diseño holística de la permacultura.
AGRADECIMIENTOS
Los autores reconocen a Paulina Hinojosa Torres, Sandy Fernández, y Sergio Guerrero de la Facultad de Ciencias Forestales/Universidad Autónoma de Nuevo León, por su la labor compiladora de referencias y datos que sirvió parcialmente para este reporte.
igor_rubio@yahoo.com
REFERENCIAS
- Imágen composición de Ruy Rojas Velasco. Velasco Lozano, A.M., El jardín de Itztapalapa: Arqueología Mexicana, Vol. X, No. 57, pag. 29
- Las Flores en el México Prehispánico: Arqueología Mexicana, Vol. XIII, No. 78, 88 p.
- Boff, L., 2011, Una esperanza: la Era del Ecozoico, en: http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=422
- Fray Bernardino de Sahagún: Arqueología Mexicana, Vol. VI, No. 36, 77 p.
- Hernández-Díaz, 2009, La filosofía Maya, en: El pensamiento filosófico latinoamericano, del caribe y “Latino” (1300-2000), Eds. Dussel, E., Mendieta, E., Bohórquez, C., Siglo XXI, 27-32 p.
- Heyden, D., 2002, Jardines botánicos prehispánicos: Arqueología Mexicana, Vol. X, No. 57, 18-23 p.
- León-Portilla, 2009, La filosofía Náhuatl, en: El pensamiento filosófico latinoamericano, del caribe y “Latino” (1300-2000), Eds. Dussel, E., Mendieta, E., Bohórquez, C., Siglo XXI, 21-26 p.
- Nuttall, Z., Antiguos Jardines Mexicanos: Arqueología Mexicana, Vol. XIII, No. 78, 16-17 p.
- Ramírez, E., 2002, El árbol del viento: Arqueología Mexicana, Vol. X, No. 57, 7 p.
- Romero Galván 1999, Historia general de las cosas de Nueva España: Arqueología Mexicana, Vol. VI, No. 36, 14-21 p.
- Velasco Lozano, A.M., El jardín de Itztapalapa: Arqueología Mexicana, Vol. X, No. 57, 26-33 p.
- Zibechi, R., 2007, Dispersar el poder, Abya Yala.
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