La lucha por las semillas: el gris de la conquista y la policromía de la resistencia.
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Son los pueblos originarios que miran su pasado, que guardan y cuidan su memoria, los que saben que es posible un mundo sin dominador ni dominados, un mundo sin capital, un mundo mejor.
Porque cuando levantamos nuestro pasado, nuestra historia, nuestra memoria, como bandera, no pretendemos volver al ayer, sino construir un futuro digno, humano. (SUBCOMANDANTE INSURGENTE MARCOS, 14 DE OCTUBRE DE 2007)
Lev Jardón Barbolla
La introducción de organismos genéticamente transformados hacia los centros de origen de los cultivos forma parte de la expansión del capitalismo hacia nuevas fronteras. En México, el análisis del caso del maíz y algunas otras plantas revela algunas líneas generales de la confrontación entre el capital y los pueblos originarios.
Para poder aproximarse, así sea de forma elemental, a la forma en que la biotecnología agrícola contemporánea se inserta en el proceso general de acumulación de capital y su papel en el proceso de despojo, es necesario partir de las líneas generales del proceso de domesticación y analizar, desde allí, los cambios que la biotecnología capitalista implica para el proceso de diversificación del maíz.
Desde el Encuentro de Pueblos Indígenas de América, en Vícam, Sonora (2007), y la más reciente Declaración de Ostula, Michoacán (2009), los pueblos indígenas han señalado uno de los espacios en los que se libra la lucha entre la humanidad y el neoliberalismo en la actualidad: el campo, con la lucha por la tierra y la lucha por las semillas. La sociedad del poder, los grandes patrones, empresarios y demás dueños del dinero, reclama para sí el control de la producción de alimentos y busca la destrucción de toda forma no capitalista de existencia.
Plantas cultivadas
Todas las plantas que los pueblos del mundo han cultivado provienen de la naturaleza, pues son plantas cuyos parientes silvestres crecían sobre el planeta antes de que los pueblos hicieran uso de ellas. Estas plantas fueron utilizadas por los pueblos al descubrirse / inventarse la agricultura. En ese proceso, seleccionaron diferentes características en ellas y desarrollaron no sólo técnicas, sino culturas completas alrededor del proceso de siembra y cosecha. Este fue el tema de interés de un botánico-genetista soviético de inicios del siglo XX, Nicolás Vavilov.
Vavilov, lector temprano de las obras de Darwin y Mendel sobre la evolución y la genética, al estudiar la distribución actual de las plantas cultivadas y las de sus parientes silvestres más cercanos, estableció el concepto de centro de origen de la agricultura. Si las plantas cultivadas tuviesen un solo origen geográfico, una sola región del mundo debería de albergar a los parientes silvestres ancestros de los cultivos actuales. Sin embargo, los primos silvestres más cercanos de plantas como el maíz, el jitomate o la calabaza viven en Mesoamérica, mientras que los parientes silvestres de la cebada, el trigo, el higo y la avena viven en Medio Oriente. En los lugares donde la siembra de un cultivo es más antigua, el proceso de diversificación ha tenido más tiempo para gestar más variedades de estos cultivos. Así, Vavilov concluyó que la agricultura se originó varias veces y es posible reconocer una serie de centros de origen y diversidad de las plantas cultivadas1. En general, se puede hablar de seis grandes centros de origen de la agricultura: la Media Luna Fértil en Medio Oriente, el Centro de Asia, el Sudeste de Asia, la India, Mesoamérica y Los Andes2.
Las plantas que se cultivan hoy en día, como el maíz, el jitomate, la calabaza, el aguacate, la guayaba y el frijol —por nombrar algunas que se domesticaron en México— se originaron a partir de plantas silvestres que fueron recolectadas primero y posteriormente sembradas por los pueblos indígenas. Pero en ese proceso estas plantas silvestres atravesaron muchos cambios desde su forma natural. Por ejemplo, plantas sin muchas diferencias entre sí, como las poblaciones de maíz teosinte o de frijol ayocote silvestre, dieron lugar a diferentes tipos de maíz (más de 60 razas) y de frijol (flor de mayo, bayo, garbancillo, negro, jamapa, peruano...), cada uno con diferentes características de sabor, color, duración del ciclo de vida, tiempo de cosecha, resistencia a las heladas, a la sequía, etcétera. Este proceso de diversificación ha sido posible porque las plantas cultivadas comparten con el resto de los seres vivos del planeta la característica de que no son cosas estáticas o fijas en el tiempo, sino que cambian.
Una de las aportaciones más importantes de la teoría evolutiva, durante el siglo XIX, fue pasar de una visión del mundo en la que los seres vivos estaban definidos por sus esencias y no cambiaban en el tiempo (del mismo modo en que de acuerdo a la ideología dominante no cambiaba el universo ni la posición de la nobleza en la cima del poder) a otra visión en la que el cambio es la mayor constante en la naturaleza. Así, se superó, en principio, la noción de que existían “arquetipos”, moldes o esencias de cada ser vivo y de que la variación respecto a esos moldes era una anormalidad. Existe la evolución porque existe la variación en la naturaleza. El surgimiento constante de esta variación es lo que permite que haya cambios en las poblaciones de diferentes seres vivos, y lo que permite que algunos organismos sobrevivan a los cambios ambientales. En algunos casos, la ausencia de variación puede hacer que una especie o población sea más vulnerable a extinguirse ante un cambio ambiental. Pero el proceso de domesticación y diversificación de las plantas cultivadas tiene una diferencia cualitativa respecto a otros procesos de diversificación en la naturaleza: ocurre en el contexto de un proceso de reproducción-recreación cultural, propia de los pueblos que lo llevan a cabo.
La velocidad del sueño sembrado en la tierra
Los cambios en las plantas cultivadas han ocurrido a gran velocidad. El surgimiento de nuevas formas radicalmente diferentes unas de otras se dio en un tiempo biológicamente muy breve. En la mayoría de las plantas, los grandes cambios en la forma, en el modo de crecimiento o en los requisitos de suelo ocurren en cientos de miles, cuando no en millones de años. Pero en las plantas cultivadas la diversificación ha ocurrido mucho más rápidamente. Apenas ocho mil años separan los primeros vestigios de maíz sembrado, con una morfología relativamente homogénea del asombroso mosaico de formas y colores de la mazorca, altura de la planta, consistencia de la masa, forma del grano, velocidad de crecimiento... que encontramos hoy en día. Lo mismo puede decirse de otras plantas mesoamericanas como el frijol, la calabaza o el chile. Sin embargo, el maíz es quizá el ejemplo más claro del proceso. Ocho mil años son apenas un instante comparado con el tiempo en que suele darse la evolución de los organismos. ¿Cómo es que la diversificación de las plantas cultivadas ha ocurrido tan rápido?
En la naturaleza, las poblaciones de organismos se van haciendo progresivamente más diferentes y eventualmente forman nuevas especies como resultado de dos procesos o de la combinación de ambos:
1. La selección natural, que ocasiona que ciertas variedades se vayan favoreciendo en un tiempo y lugar determinados. 2. La deriva génica, que ocasiona cambios aleatorios en las poblaciones. Cuando las plantas y animales viven en espacios muy continuos o bien hay mucho movimiento de organismos entre diferentes lugares, el proceso de surgimiento de nuevas variedades y eventualmente de especies es más lento. Esto ocurre porque este movimiento, llamado flujo génico, ocasiona que las poblaciones sigan siendo muy parecidas y no permite que surjan diferentes variedades.
En el caso de las semillas que han cultivado los pueblos indígenas, justamente ha ocurrido mucho intercambio de una localidad a otra. Los comerciantes, pero también las rutas que las diferentes relaciones sociales entre los pueblos van estableciendo, han permitido que a lo largo de la historia se muevan intensamente las semillas y los saberes acerca de ellas. Apenas mil años después de su domesticación, las semillas de maíz ya estaban presentes en Sudamérica. Se establece así una aparente paradoja en la que el proceso de diversificación del maíz ocurrió justamente en el escenario que la hace más difícil: el de un elevado flujo genético entre poblaciones.
Sin embargo, no sólo el movimiento de semillas para su siembra (forma del flujo genético entre las poblaciones) ha sido intenso. Otra selección, la selección artificial ha sido ejercida por los pueblos sobre las semillas a lo largo de la historia de la humanidad con una intensidad absolutamente inusitada en la naturaleza. Esta selección supera el efecto homogenizador del intercambio de semillas, por lo menos, en grado suficiente para mantener diferencias claras en las formas entre una raza y otra de maíz. Cada ciclo de cosecha, los colectivos, principalmente las mujeres, han seleccionado el tipo de semillas que se sembrarán en el siguiente ciclo agrícola. En el caso del maíz, muchos pedazos del genoma actual de la planta presentan los efectos de este proceso de selección.
En este sentido, la diversidad de cultivos de la actualidad es el resultado, no el requisito, del proceso de la agricultura practicada durante miles de años por las comunidades indígenas del mundo. Los cultivos actuales son el resultado de la interacción de dos grandes grupos de elementos: 1. Naturales: plantas que no sólo son útiles, sino que soportaron el intenso proceso de selección artificial sin extinguirse y, a veces, en el proceso de domesticación, resultaron dependientes de la acción humana (el caso del maíz). 2. Sociales: junto al intenso proceso de selección en busca de diferentes cualidades en las plantas cultivadas, los pueblos han desarrollado culturas y saberes, que Vavilov intentó comprender desde la genética hasta que la represión de Stalin canceló definitivamente su carrera3.
Las semillas no son cosas estáticas: su historia es la historia de un proceso de diversificación, el cual ocurrió, fundamentalmente, en las comunidades indígenas del mundo. Si alguien hubiese congelado la diversidad de cultivos de hace 3 mil años y dependiésemos hoy en día de ella, la humanidad sería mucho más pobre, cientos de variedades y formas de nuestros cultivos, no hubiesen llegado a existir.
El maíz y su diversificación:
dimensión política del valor de uso
En el proceso de cultivar y cosechar la tierra, los pueblos garantizan no solamente su reproducción biológica —el hecho de que hay que comer— sino también qué y cómo se come. En el proceso de cultivar y cosechar se juega también un modo particular de la reproducción social, allí se juega un pedazo de la identidad humana. Esta identidad tampoco es estática sino que es transformada, creada y recreada por los pueblos, quienes al hacer esto, son sujetos de su propia historia.
Las culturas indígenas de nuestro país se han gestado en su relación con las plantas cultivadas. Estas culturas son depositarias de conocimiento agrícola de una relevancia tal que, aunque se trate de conocimientos formalmente despreciados por muchos académicos, son parte del botín que se disputan en la actualidad las transnacionales.
La diversificación de los cultivos en sus centros de origen y diversidad se ha articulado alrededor de la búsqueda y recreación constante de nuevas semillas, de nuevas plantas en general, que realizan los pueblos indígenas, búsqueda orientada no sólo a incrementar los volúmenes de las cosechas, sino a tener plantas útiles a los diferentes usos que se hace de ellas. Al seleccionar una semilla de maíz, o de cualquier otro cultivo anual, para su cultivo en el siguiente ciclo, no solamente se han seleccionado ciertas características adecuadas para un clima y suelos determinados (asunto otra vez, muy importante). En este proceso de escoger las semillas también se seleccionan las características más adecuadas a una forma particular de consumo, a una forma de uso adecuada a una cierta forma de relaciones sociales. Basta intentar hacer pozole usando maíz palomero para percatarse de la relevancia de la selección para un uso.
La forma que se prefiere para un cultivo (maíz cacahuazintle, maíz chalqueño, bolita, zapalote, comiteco, olotillo, blanco, azul, rojo...) tiene que ver entonces con la forma en la que quien lo siembra piensa consumirlo. Y la forma en la que los alimentos se consumen tiene una carga cultural y de identidad enorme. Decimos que la selección de semillas por parte de los campesinos es un proceso político, porque ese proceso es regido no sólo por las consideraciones del rendimiento por hectárea, sino por la realización de un proyecto de sí mismos, con la posibilidad de vivir con una cultura propia.
Cuando las comunidades campesinas tienen en sus manos el control de las semillas, controlan tanto un bien de consumo y sus características, como una parte de los medios de producción que determina justamente qué características tendrá ese bien de consumo: la comida.
Ambos modos de existencia de una misma cosa, grano para comer y semilla para sembrar, son modificados de acuerdo a la manera particular que elige un pueblo para reproducir su vida. Por ejemplo, los cientos de maneras de preparar tamales llevan a su lado algunas decenas de variedades de maíz que se pueden emplear en cada una de ellas. Las distintas maneras de usar un producto del campo y las diferentes variedades de semilla, surgieron juntas, como resultado del proceso transformador, cultural, llevado adelante por muchas comunidades. El eje que atraviesa este proceso es la creación de valores de uso propios. Junto al maíz se diversificó la comida, el baile, la música, la propia vida humana.
En cambio, cuando la producción de alimentos es reducida a un medio para la generación de ganancias para unos cuantos, la diversidad cultural, biológica y de valores de uso en general, pasa a un segundo plano, es deformada brutalmente. Lo que importa es a quién genera ganancia la semilla desde que es sembrada, a qué empresa corresponde la patente, quién controla su distribución y venta. Y luego, a quién le da ganancia la venta de la cosecha, de quién es la tierra, quién se hace rico controlando la exportación e importación de alimentos. E importa sobre todo cuánto, pero no porque las toneladas de maíz por hectárea sean importantes en sí mismas, sino porque a un empresario eso le puede significar más o menos ganancia cuando éstas se venden. Y la diversidad y su generación tampoco importan en sí. Importan solamente en la medida en que las variedades, híbridas o transgénicas, estén aseguradas por patentes y leyes a modo. Importan en la medida en que el trabajo de los científicos se convierta en ganancia para la empresa semillera y la propiedad privada sobre el capital que se produce en el proceso de investigación sea garantizado también por la ley.
Entonces el que hace la conquista, el capitalismo, hace como quiere, o sea que destruye y cambia lo que no le gusta y elimina lo que le estorba. Por ejemplo,
le estorban los que no producen, ni compran ni venden las mercancías de la modernidad o los que se rebelan contra ese orden.
(EZLN, SEXTA DECLARACIÓN DE LA SELVA LACANDONA)
Desde el punto de vista del mercado, lo importante es que las mercancías, los granos y las semillas, existen como valores de cambio. Y como mercancías capitalistas, lo importante es que esas mercancías le dan ganancia a uno o más patrones. Si al mejorar las semillas-mercancía se destruyen las culturas, la diversidad de las semillas o la posibilidad de consumirlas de acuerdo a una identidad específica, eso es lo de menos, pues el valor de cambio subordina al valor de uso. En el capitalismo, el valor de uso sólo existe porque es condición necesaria de las mercancías, pero si pudiese, el capitalismo prescindiría de él, y de hecho prescinde de todos los valores de uso que no puede controlar y para eso, destruye a quienes los generan.
Nuestra lucha es, en este sentido, una lucha por los valores de uso. Pero no por valores de uso en abstracto, sino por el control de la producción de nuestros valores de uso. Sobre la mesa y desde la milpa, eso significa decidir qué sembrar, cómo sembrarlo, qué comer y cómo comerlo. Queremos el pan, y queremos las rosas.
La velocidad con la que aparecieron formas tan variadas de los diferentes cultivos, solamente se puede explicar por el ejercicio de una selección de semillas por parte de los pueblos, selección cuya intensidad no tiene parangón en la evolución estrictamente biológica. Solamente la acción política de los pueblos indígenas sobre semillas susceptibles de atravesar estos procesos de selección pudo gestar tantos tipos de cultivos en tan poco tiempo.
El eje en torno al cual ha girado la creación de la diversidad de cultivos que existe en la actualidad no ha sido la mera búsqueda de un aumento en la producción de una mercancía alimenticia. Esto no quiere decir, por supuesto, que el mundo en el que los pueblos zapotecos, mayas, nahuas, otomíes o wirárikas (por nombrar algunos) generaron la diversidad actual de formas de calabaza, chile, jitomate, maíz y frijol haya sido un mundo mágicamente libre de las mercancías. Éstas sin duda han estado presentes en la historia desde muchos años, pero la generación de la diversidad de los cultivos ha tenido que ver mucho más con el valor de uso de éstos que con su existencia como valores de cambio. El proceso de dar forma a esos valores de uso, cuando está bajo control de sus trabajadores, de los campesinos, contiene no solamente una dimensión práctica o de utilidad, sino una dimensión política orientada por las comunidades campesinas.
La existencia de los granos como mercancías capitalistas es un hecho reciente y su generalización como la forma dominante de producir granos básicos en México tiene cuando mucho un par de siglos.
La diversidad bajo asedio por la pinza del capitalismo: despojo de la tierra y privatización de las semillas
Cuando se habla de la pérdida de la diversidad de cultivos, o bien de la necesidad de preservar esta diversidad como parte del “patrimonio” biológico o genético de la humanidad o del país, los discursos oficiales olvidan convenientemente mencionar qué ocasiona esta pérdida. Así, por ejemplo, el “Programa de conservación de maíz criollo” de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, de México4, nunca menciona la razón por la que se pierde la diversidad que pretende conservar.
Desde la revolución verde de los años 1950 y 1960 se ha promovido el uso de semillas producidas industrialmente como base de la agricultura. Detrás de esto, ha estado siempre la promesa de mayores y más abundantes cosechas, la promesa de acabar con el hambre del mundo, inundándolo con mercancías del campo. Sin embargo, una peculiaridad de las semillas de producción industrial es su relativa homogeneidad. Para poder garantizar la constancia en los resultados, las grandes empresas agrobiotecnológicas han generado semillas aparentemente iguales y predecibles, primero por técnicas de hibridación convencional, luego mediante transgénicos. Esto resulta conveniente para un terrateniente del medio oeste de los Estados Unidos, pues esa homogeneidad genética de las semillas, en un ambiente relativamente plano y climáticamente parejo como el de aquélla región, permite saber con precisión científica, en qué época se deberá aplicar tal o cuál herbicida, en qué época se deberá emplear tal o cual tractor y, sobre todo, permite hacer un uso más eficiente de la fuerza de trabajo. Esto último quiere decir, simplemente, obtener más ganancias de la explotación de los trabajadores agrícolas en menos tiempo…. ¿Y el hambre? Bien, gracias: según datos de la FAO, entre 1961 y 2007 la producción mundial de los principales cultivos se triplicó, mientras la población del mundo solamente se duplicó (aunque le duela a Malthus), y el hambre seguía ahí.
El proceso de producción de semillas transgénicas en la actualidad es el desarrollo más pleno, pero no el punto de partida del avance del capitalismo hacia la conversión de las semillas en mercancías. En su producción, el capital opera como siempre: adquiriendo fuerza de trabajo y materias primas. La fuerza de trabajo de los científicos está, a veces, bajo su control directo, en centros de investigación a modo; otras veces, se adquieren los resultados de la investigación o se promueve el desarrollo de ciertos tipos de investigación a través de becas, financiamiento o control de centros públicos de investigación5 (lo que los compañeros del EZLN han llamado maquilización del conocimiento científico). Por otra parte, la materia prima es centralmente información genética sobre la cual trabajar. Para ello, se requiere obtener muestras de semillas de las que en México se suelen llamar “criollas”, es decir, semillas que han sido manejadas por los campesinos a lo largo de muchas generaciones. A veces, son las empresas biotecnológicas (como Syngenta o DuPont) quienes consiguen estas semillas; otras veces, organismos como el Centro Internacional para el Mejoramiento del Maíz y el Trigo (CIMMyT, surgido de la colaboración del gobierno mexicano y la Fundación Rockefeller) gentilmente entregan miles de muestras de semillas a un consorcio internacional6. Los centros de investigación modernos con sus máquinas y sus contenedores de semillas operan, cada vez más, un conjunto articulado de medios de producción. Por supuesto, el gobierno federal también participa y el “Programa de conservación de maíces criollos” recopila muestras de esa diversidad para ponerlas a buen resguardo.
La biotecnología agrícola moderna realmente existente, tal y como el capitalismo la ha articulado, se inserta así en el proceso de acumulación de capital con una doble naturaleza. Por una parte, actúa como generadora de bienes de capital para la agricultura capitalista y, por otra parte, despoja a los pueblos indígenas del control de esos bienes de capital. El resultado neto del proceso es la generación de una mercancía compleja, cuya elaboración requiere de la explotación de mano de obra especializada la de los trabajadores técnicos y científicos que producen las líneas transgénicas—, que es facilitada por un sistema en el que el conocimiento científico y los bienes de capital para hacer biotecnología circulan en la forma de mercancías (nos referimos sí, a las revistas especializadas, las patentes sobre diversas técnicas o los pagos de derechos para certificar un resultado de laboratorio).
El despojo en este campo concluye cuando las empresas patentan sus semillas, buscando obligar a que, cada vez que se quiera sembrar, se tenga que comprar. La semilla como producto mercantil del capitalismo, sea híbrida (producto de las cruzas planeadas) o transgénica (resultado de la modificación por ingeniería genética) se convierte así en insumo que entra también como mercancía en otro ciclo de reproducción del capital: el de los grandes productores agroindustriales que controlan el mercado mundial de alimentos. Son esos grandes productores los que se benefician con las generosas medidas de apoyo a la importación de granos impuestas por el autodenominado gobierno de Felipe Calderón7 como panacea ante el alza en los precios de los alimentos.
La sustitución de las semillas criollas por semillas industrializadas, impulsada por esas empresas agroindustriales y el gobierno a su servicio, ha sido el motor de la pérdida de diversidad. Cada año, cientos de tipos de cultivos desaparecen del planeta al ser sustituidos por semillas “mejoradas”. Y con ellos desaparece la variación genética que ha sido trabajada a veces por miles de años. En el caso del maíz, muchas variedades son sustituidas por maíces tan homogéneos que en el mercado sólo se les distingue por “blanco” y “amarillo”. Tal es el caso del programa “kilo por kilo”, en el que el gobierno mexicano cambia un kilo de semilla criolla por un kilo de semilla híbrida.
La imposición de un sistema de patentes sobre las semillas mejoradas ha sido clave en la formación de los oligopolios agroindustriales, que lo mismo hacen herbicidas, semillas y fertilizantes, que pinturas. Concebir a las plantas como cosas estáticas, poseedoras de una esencia que se puede congelar, resulta mucho más adecuado para poder patentar las semillas, que lidiar con la realidad de que son seres vivos, sujetos a un proceso de cambio constante y continuo a lo largo de cientos de miles de años. El problema de la privatización de los recursos biológicos no es un problema técnico o teórico.
La Ley de Bioseguridad y Organismos Genéticamente Modificados, aprobada en ambas Cámaras, a inicios del 2005 —por todos los partidos políticos—, garantiza la posibilidad de introducir la siembra de semillas transgénicas de frijol, maíz, jitomate, algodón o calabaza, cultivos todos domesticados y diversificados en México. Por ejemplo, para el caso del algodón, los datos de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desarrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa) indican que, para 2009, se había autorizado la siembra con fines “experimentales” de 113 mil hectáreas de algodón transgénico. Todo bajo el amparo de la ley aprobada por todos los partidos políticos. Probablemente los diputados del PRD se refieren a esto como su “error táctico” número N. Sin embargo, se trata de un acto de profunda congruencia: toda la clase política de México está de acuerdo en ser instrumento de la guerra de conquista que el capital libra sobre el campo mexicano.
Este es el primer brazo de la pinza que se cierra sobre la diversidad de los cultivos. En su expansión, el capitalismo convierte en mercancías cosas que antes no lo eran, y cosas que ya eran mercancías se convierten en mercancías capitalistas, es decir, en mercancías que realizan la ganancia arrebatadora en trabajo a través de la explotación. La destrucción del campo mexicano, que para el capitalismo necesariamente pasa por la destrucción de los pueblos indios como pueblos con identidad propia, trae tras de sí el ciclo de reconstrucción y reordenamiento: un campo a la medida, produciendo mercancías capitalistas, en el cual el trabajo, la tierra y las semillas, se organizan en función de la acumulación. El otro brazo para convertir a las semillas en mercancías de la modernidad es precisamente el despojo de la tierra.
En el caso de México, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional lleva varios años denunciando esta pinza: “El Tratado de Libre Comercio es el plan de destrucción del campo mexicano y la entrada de productos y semillas transgénicas a nuestros suelos. Y para que esto sea legal modifican el Artículo 27 Constitucional, y para que nuestras tierras sean acaparadas legalmente y convertirnos nuevamente en sus sirvientes de grandes terratenientes, impulsan el programa de privatización de las tierras a través del Programa Procede” (Comandante Tacho, EZLN, 1 de enero de 2006).
La semilla transgénica, mediación en el proceso de acumulación de las empresas biotecnológicas, se inserta como una mercancía novedosa al proceso de reproducción del capital, pero los elementos de su inserción se pueden ver ya en las semillas híbridas. Los agroindustriales que están en condiciones de comprar las semillas mejoradas, y particularmente los que compran éstas semillas en cantidades grandes, incorporan las semillas al proceso agrícola como medios de producción de granos. El ciclo se completa cuando estos grandes productores agrícolas, que casi siempre tienen intereses también en la exportación-importación-procesamiento del maíz (Gruma-Cargill y la fortuna de El Maseco son un botón de muestra), venden los granos como mercancías también capitalistas, en tanto se producen a partir de la explotación de fuerza de trabajo de jornaleros en el nuevo campo mexicano. Estos jornaleros, por ejemplo en el Valle de San Quintín, en Baja California; en los distritos de riego de Sonora y Sinaloa; son, justamente, parte de esos campesinos y comuneros a los que el capitalismo despoja de la tierra. Es en Sonora, en el Valle del Yaqui, donde la Sagarpa ha otorgado las primeras autorizaciones a la siembra “experimental” de maíz transgénico.
La Otra Campaña ha denunciado a lo largo y ancho del país el proceso de despojo, una de las cuatro ruedas del capitalismo. En este proceso, la tierra —y no solamente el petróleo— está en el centro de la destrucción que el capitalismo ejecuta. La Otra también ha permitido conocer las voces de cientos de pueblos —muchos de ellos indígenas— que desmienten “sesudos” y académicos análisis que afirman que en México “el campesinado ya está derrotado”. Lejos de esto, los pueblos indios están dispuestos a defender la tierra y a luchar junto con otros contra el enemigo común.
El despojo de la tierra, la conformación de nuevos y no tan nuevos latifundios, la política de expulsión de trabajadores del país, la proliferación de las maquiladoras, en fin, la destrucción del campo mexicano y la guerra de exterminio contra los pueblos indios que se libra hoy en México, significan la destrucción de un espacio de relaciones sociales. Significan la destrucción de las relaciones sociales, culturales y hasta económicas que gestaron la diversidad de las semillas. Para la destrucción de este espacio de relaciones hay también un acuerdo total entre los políticos de México. Aprobaron la contrarreforma indígena en 2001, aprobaron la Ley Monsanto en 2005 y, desde hace ya algún tiempo, todos están de acuerdo en la reforma salinista al Artículo 27 Constitucional.
Ningún partido político, “presidente legítimo”, candidato en ciernes, frente o cofradía dentro de la clase política cuestiona o habla de echar atrás esa reforma salinista que convirtió a la tierra en mercancía y puso a la propiedad privada sobre ésta como base de las relaciones sociales en el campo, por encima de la propiedad colectiva. Dicha reforma está en el centro del ciclo destrucción / despoblamiento, reconstrucción / reordenamiento. Entre la clase política, el piso común es que no hay marcha atrás, los pasos que ya se han dado en el despojo hacia los trabajadores son irreversibles. En todo caso, el conflicto es por saber quién destruirá mejor el país, llevándose su pedazo del despojo. En todo caso, el debate en la clase política es de qué tamaño será el latifundio de cada quién. AMLO y Fecal coinciden: todo dentro del TLC, fuera del TLC, nada8.
Éste es el otro brazo de la pinza en la guerra de conquista: el brazo del despojo de la tierra, el brazo de la destrucción del campo.
Así, la pérdida de las variedades y formas criollas de diferentes cultivos se da, no como resultado de un accidente o de una casualidad, sino como resultado de un proceso en el que la tierra y las semillas se vuelven mercancías. En México, durante el siglo XVI, la muerte por el holocausto colonial significó la disminución de una población de 25 millones de indígenas a una de alrededor de un millón. Con ese millón de personas, con esos pueblos, sobrevivieron también saberes, rebeliones y culturas, y dentro de éstos, cientos de variedades y formas de cultivos y formas de consumirlos.
Sólo es posible comprender el desarrollo y la introducción de organismos transgénicos a los centros de origen de plantas cultivadas —forzada por los administradores de lo que queda del Estado-Nación— como parte de un proceso más amplio: la guerra que el neoliberalismo libra contra la humanidad. En el ideal de la sociedad del poder y de quienes desde la academia se refieren al campesino mexicano como “derrotado”, la conversión de la tierra en propiedad privada y la preparación del terreno para el despliegue de semillas transgénicas como un “hecho consumado”, no debería encontrar oposición alguna, pero la realidad, es testaruda:
“2. En el marco de los tratados de libre comercio, las reformas constitucionales y legales promovidas por los malos gobiernos a través de sus legisladores de todos los partidos políticos, han aprobado la modificación de leyes y de nuestra Constitución de 1917, poniendo en el mercado nuestras tierras, territorios, recursos naturales, así como conocimientos y saberes indígenas. Desconocemos como pueblos indígenas este conjunto de reformas que ponen en riesgo la integridad de nuestros pueblos y la vida misma de los seres humanos. Reafirmamos nuestro reconocimiento a los Acuerdos de San Andrés, como la Ley Suprema y Constitución de los Pueblos Indígenas de México”. (Declaración del Congreso Nacional Indígena en Xayacalan-Ostula, Michoacán, 2009).
Los sujetos de la lucha
La Declaración del Encuentro de Pueblos Indígenas de América, en Vícam, y la Declaración de la Asamblea Nacional del Congreso Nacional Indígena, en Ostula, reflejan la necesidad de luchar juntos, todos los trabajadores del campo y de la ciudad, como dice la Sexta Declaración de la Selva Lacandona. Se trata, sí, de ubicar al enemigo común y no sólo de enfrentar a uno de los aspectos de éste. En la lucha anticapitalista, estos pueblos indios juegan ya un papel central, con su experiencia de resistir, sujetos, por derecho propio, de su propia liberación.
En la recuperación de los medios de producción, los compañeros del EZLN han dado paso a un conjunto de transformaciones que han permitido a los pueblos avanzar decidiendo sus propios destinos. Se destruye no sólo la base económica de su dominación, sino también su base política recuperando para los pueblos la posibilidad de decir: esto soy.
“Ahora se están trabajando en colectivo [las tierras], donde sembramos los más fundamentales de nuestros alimentos, que es el maíz y el frijol.
(…) Para nosotros los campesinos la tierra no se vende: la cuidamos y la amamos, porque sabemos que en ella nacimos, que en ella comemos y que en ella vivimos. Si alguien vende la tierra, quiere decir que vendió a su madre (…). En nuestras tierras sembramos semillas naturales y orgánicas, no queremos semillas transgénicas que el gobierno quiere meter en nuestros pueblos. Estamos practicando el abono orgánico para recuperar nuestro suelo”9.
Los zapatistas hablan de este tema (siempre es importante reiterarlo) como parte de la construcción de la autonomía, como parte de la lucha por la liberación nacional, como parte de la rabia contra el enemigo común que nos explota, despoja, desprecia y reprime.
Por eso, para el capitalismo y los gobiernos de todos los partidos que están a su servicio, resulta tan intolerable lo que los zapatistas han hecho con las tierras recuperadas. Se trata no solamente de un proceso en el que se declara el rechazo a una tecnología al servicio del gran capital —los transgénicos—, sino que se recupera de manera efectiva para los pueblos el control de los medios de producción, en este caso, tierras y semillas. No es la abominable “Ley de Semillas” federal —que reconoce como sagrado el derecho a la propiedad privada de las semillas con “marca registrada”—, sino lo que las comunidades indígenas deciden, lo que determina qué se siembra, cómo se siembra y de qué manera se reparte su producto. Las agresiones militares de los últimos años contra las comunidades zapatistas han sido también agresiones contra este proceso de reapropiación. Las amenazas y ataques del gobierno contra las comunidades zapatistas de Bolon Ajaw y de Santo Domingo, citando dos casos de acoso recientes, se dirigen por parte de toda la clase política contra esas tierras recuperadas, donde el pueblo manda y el gobierno obedece. El enemigo de la autonomía es el mismo enemigo que ataca la diversidad, es un sistema de explotación, robo, desprecio y represión.
Por eso no habrá soluciones parciales. Congelar semillas en una bodega resultará, en el mejor de los casos, en nuevas e imaginativas mercancías que no resolverán el hambre en el mundo y sí la sed de ganancia de unos pocos. Tampoco será posible detener la contaminación transgénica sobre México si no la vemos, como han insistido los zapatistas, en el marco más amplio de la guerra de conquista que lleva a acabo el capitalismo. Y no llegaremos muy lejos en la preservación de los recursos genéticos del país, teorizando sobre los peligros venideros y pidiendo, desde el escritorio, prudencia a la clase política en su carrera de destrucción y saqueo con análisis “imparciales”, con la opinión de los “científicos”.
La defensa de las semillas y la defensa de la tierra son parte de una misma lucha, la lucha contra el capitalismo. La Otra Campaña convocada por el EZLN nos ofrece un espacio y un espejo para construirla. Desde San Antonio Ebulá, en Campeche, hasta el campamento Cucapá, en El Mayor, Baja California, pasando por Ostula, en Michoacán, las tierras yaquis de Vícam o la lucha de los jornaleros en San Quintín, La Otra ha mostrado que en el México de abajo, la lucha por la tierra se levanta por los propios campesinos y sus pueblos. Esa lucha es también la lucha por el derecho a ser diferentes. Y es desde allí, que los sujetos del proceso de diversificación de los cultivos luchan contra el mismo sistema que construye a la biotecnología moderna acorde a las necesidades del capital.
Si la biología habrá de jugar un papel en esta defensa de la diversidad, tendrá que andar, como Vavilov: a pie, por abajo y entre los de abajo, aprendiendo no sólo de las semillas y sus variedades, sino también de las historias de lucha de los pueblos de este país. La defensa de la diversidad de las semillas sólo será posible si luchamos contra el sistema que las convierte en mercancías y sólo si esta defensa se hace junto con los pueblos que originaron esa diversidad. El reto es grande. Mientras tanto, en los pueblos indios tenemos una experiencia enorme junto a la cual caminar, junto a la cual luchar en el torrente de rabia que ya se va formando.
Notas
- 1. Para llegar a estas conclusiones, Vavilov viajó alrededor del mundo en diversas expediciones, algunas de ellas de varios años, incluyendo a México y Centroamérica, Sudamérica, Afganistán, China y el norte de África. Vavilov aprendió diversas lenguas y encontró conocimiento certero sobre las diferentes formas de crecimiento de plantas como el trigo, la cebada, el centeno entre los pueblos del centro de Asia; cosa similar ocurrió respecto al maíz, al frijol y la calabaza en México y Guatemala.
- 2. Hasta la fecha, esos centros de origen de las plantas cultivadas se conocen como Centros Vavilov, y son las regiones geográficas de donde la humanidad tomó y domesticó las plantas para obtener alimentos.
- 3. Vavilov fue víctima de la persecución de Stalin y de las intrigas de un gris científico, Trofim Lisenko. Este último convenció a Stalin de que él era quien tenía la interpretación “correcta” de la dialéctica aplicada a la biología. En 1935, Vavilov fue expulsado del Comité Ejecutivo Central y su visión mendeliana de la genética duramente atacada. En 1940, fue encarcelado, muriendo en prisión en 1943. Fue un divulgador muy activo y, socialista al fin, buscó contribuir con el conocimiento de las plantas cultivadas a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, sin volverlo propiedad privada.
- 4. Documento disponible en:
www.conanp.gob.mx/...maizcriollo/Lineamientos%20Maiz%20Criollo%20300109.pdf - 5. “Cualquier investigación individual es parte de un flujo generalizado que va desde la generación de nuevo cono- cimiento científico hasta su aplicación en la producción. En un extremo del continuo de investigación puede existir conocimiento “puro”, pero en el otro extremo existe siempre un nuevo bien o un nuevo proceso productivo. Y en una sociedad capitalista estas nuevas entidades aparecen como productos en la circulación mercantil.” Kloppenburg J. (2005). “First the seed: the political economy of plant biotechnology”. University of Wisconsin Press. p.41. La traducción es mía.
- 6. CIMMYT E-Boletín, vol 5 no. 1, Enero 2008. Osos polares y permafrost: salvaguardar semilla de maíz y trigo por si ocurriera una catástrofe mundial. El CIMMyT se jacta allí de la entrega a la Bóveda Mundial de Semillas Global, de Svalbard, Noruega, de 230 mil muestras de semilla para su custodia por un Trust internacional, sobre el que los gobiernos —más allá del Noruego— tienen poco o ningún control.
- 7. El Universal, México. Felipe Calderón Hinojosa libera granos por crisis de alimentos. Lunes 26 de mayo de 2008. Primera Plana.
- 8. Véase “Un Proyecto Alternativo de Nación” de AMLO (Editorial Grijalbo, 2004), Pág72: “…es indispensable instrumentar un mecanismo permanente de administración de las importaciones, utilizando los márgenes de maniobra que aún tenemos en el TLCAN…” Las cursivas son mías, un ejemplo de lo que Sergio Rodríguez ha llamado reformismo sin reformas.
- 9. Primer encuentro de los Pueblos Zapatistas con los Pueblos del mundo. Discurso de Lorenzo, de la Junta de Buen Gobierno “Corazón del Arcoiris de la Esperanza”, del Caracol 4, “Torbellino de nuestras palabras”, ubicado en Morelia, Chiapas. Revista Contrahistorias, la otra mirada de Clío, No. 8, p 44. En este mismo número se pueden consultar las palabras de los zapatistas sobre diferentes aspectos de la construcción de la autonomía.
Revista Rebeldía, Año 8, Número 71, Junio del 2010, México
http://revistarebeldia.org/revistas/numero71/10semillas.pdf
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